La vinculación entre Bolivia y las provincias del noroeste argentino
En realidad, lo que ocurría con la Puna de Jujuy era en cierta medida
cierto de toda la región. Las provincias del noroeste tuvieron tradicionalmente más
vinculación con Bolivia que con Buenos Aires. Desde el siglo XVI, Salta en especial
-incluido hasta 1834 el municipio de Jujuy- orientó su economía mirando más al
Altiplano que al Río de la Plata, enviando su producción artesanal y sus mulas hacia las
minas de Potosí, que eran su mercado natural.
Este fenómeno económico no tardó en reflejarse en el plano
político. En 1826 el gobierno de la provincia minera de Tarija se separó del territorio
del ex virreinato del Río de La Plata, retiró sus diputados del Congreso argentino y
decidió incorporarse al gobierno de Bolivia. Justificó su actitud "por haber visto
quebrantada por el gobierno de Salta la seguridad individual de sus hijos, (...) y además
por serle ventajosa su unión al Estado voliviano (...)" (1). Asimismo, y como
confirmación de la estrecha vinculación existente entre el noroeste argentino y Bolivia,
las luchas políticas que agitaron el escenario boliviano tuvieron honda repercusión en
Salta, que en muchas ocasiones vio intervenir a sus ciudadanos en revueltas de aquel
país.
A su vez, el gobierno boliviano de Santa Cruz apoyaba a los enemigos de
Rosas en el interior de la Confederación Argentina. Una vez planteada la lucha entre la
Liga del Litoral y la del Interior, Santa Cruz apoyó a la última. Pero la derrota y
posterior prisión del general Paz, jefe de la Liga del Interior, ocurrida el 10 de mayo
de 1831, complicó la situación de este bando. Poco tiempo después, ante la inminencia
del enfrentamiento con los federales y por la intermediación del salteño Facundo de
Zuviría (2) (amigo tanto de Santa Cruz como del gobernador salteño Rudecindo Alvarado),
el presidente boliviano ofrecía ayuda al gobierno de Salta en los siguientes términos:
Consecuente a la devd. se han mandado entregar al Sor. Ugarriza 4000 Cartuchos a bala en Potosí, y dies quintales de Polvora en Oruro. Estos articulos nada cuestan, y quiero que los reciba esa Prova. (Salta) como una muestra de los sinceros sentimtos. de amistd. y de consideración que me merece. No tengo tercerolas y sables sobrantes; pero de mil ochocientos fusiles que vienen de Valparaiso, y que deven estar ya en camino he dado ordn. a Cobija que se pongan quinientos á disposición de ese Sor Gobor. Si V.V. ocurren por ellos al Puerto encontrarán ya prevenido deesto al Coronl Ibañez. La Provincia de Salta los pagará al mismo precio en que yo los tome. Será bueno que a esto no se le de un carácter de publicidad capaz de comprometer la sanidad de mis intenciones; por que aunque se procuran estos artículos por petición de un Gobno bien regularizado, pueden sin embargo mirarse a estos elementos de grra como una influencia de discordia en el estado de agitación a que se disponen esas provincias (3).
Además de la ayuda militar, Santa Cruz concedió franquicias al
comercio liberando de derechos al ganado procedente de Salta.
Respecto de la posibilidad de una alianza entre Perú y Bolivia con
exclusión de la Confederación Argentina, Zuviría advirtió a Santa Cruz que
posiblemente el gobierno de Salta se vería en el deber de protestar contra dicha alianza
que amenazaba la existencia política de la última. No obstante, dicha protesta no debía
significar mezclarse en ninguna de las otras causas existentes entre Perú y Bolivia,
siendo Zuviría firme partidario de que Salta estrechase relaciones con Bolivia porque
ello redundaría en grandes beneficios para la provincia. Decía Zuviría:
A más de creer yo que dicha protesta está en los derechos y aun en el deber del gobierno de Salta, creo que éste sería un paso muy digno de la Provincia de Salta, limitándose a sólo oponerse o protestar contra la citada alianza, sin mezclarse en ninguna otra de las causas que median entre el Perú y Bolivia. A más de conveniente y justo, lo creo muy político; pues si él influía algo en evitar la guerra, Bolivia en paz, y nosotros en estrecha amistad con Santa Cruz, podíamos sacar grandes ventajas para nuestra Provincia. Sus armas, su dinero se nos franquearía en nuestros apuros. Yo creo, que el día en que se halle Bolivia en paz, puede fiarnos aunque sean cien mil pesos: yo te lo aeguro. A nuestro comercio, y al triunfo de las armas del orden, nada interesa tanto como la paz de Bolivia, y Presidencia de Santa Cruz (4).
Rudecindo Alvarado también sostenía la conveniencia de mantener estrechos vínculos con Bolivia. En una carta a Santa Cruz afirmaba:
Nada se del estado en que se hallan las relaciones de usted con el Perú, la reducción de los correos a uno semanal importa que desconozcamos el estado de los negocios de pueblos cuyos intereses no pueden ser extraños y que lejos de esto el curso de las cosas pueden aproximar hasta estrecharse por vínculos de conveniencia, pues creo haber indicado a usted en otra anterior que estas provincias están llamadas a ocuparse de su futuro destino (5).
Por su parte, el conductor de las fuerzas derrotadas en Ciudadela, el general Gregorio Aráoz de La Madrid, decía: "nuestros provincianos que quedan serán libres a pesar de todo el infierno junto, y creo que en el último caso, debemos primero ser bolivianos, que pertenecer al bandalaje (...)". No obstante, la idea de La Madrid no parece implicar una opción definitiva. Más bien se desprende de ella un fuerte espíritu localista o de "patria chica", cuando afirma a continuación:
Sin embargo yo haré todos los esfuerzos posibles para vencer á la fortuna, y si no me engaño, tendremos patria al fin de año 31... Al general Alvarado le digo que tendré mucho gusto en poner el ejército y mi persona á sus órdenes para salvar la patria, ó al menos las tres ó cuatro provincias que nos quedan pues es lo único á que aspiro (6).
Otras autoridades norteñas deseaban la restauración de los antiguos límites del virreinato del Río de la Plata sacando partido de las desinteligencias entre Perú y Bolivia. Evaristo de Uriburu, gobernador interino de Salta, sugirió a Rudecindo Alvarado que para negociar la paz con las fuerzas de la Liga del Litoral:
(...) creo devemos fijarnos ó en Bolivia, que con una carta a Gamarra lo haría nuestro, o en el Paraguay. Lo primero lisonjeara a los porteños y a los bravos defensores de la Nacion: lo segundo más bien a éstos que a aquéllos. Estas son indicaciones que se me ocurren en la expresión intima de nuestra confianza: toco alguna infidencia a nuestra buena relación con Bolivia; mas en los grandes intereses de las Naciones callan los pequeños favores. Fijese mi General, medite, y con esa felis imaginación, adelante estas indicaciones. Es mejor ser señor que esclavo, y usted me entiende, por que le digo, si recuerda la carta de Madrid (7).
Por otra parte, y lo que era quizás más importante, la conexión de las autoridades norteñas con Bolivia resultaba clave en la lucha que éstas sostenían contra las fuerzas de Buenos Aires y el Litoral. No escapaba a la mente de los norteños la conciencia de que su sujeción a los dictados porteños y litoraleños significaba el entierro de las aspiraciones económicas del noroeste. Esta idea quedaba claramente explicitada en las siguientes palabras de Ildefonso de Paredes a Rudecindo Alvarado respecto de la posibilidad de recuperar las provincias altoperuanas:
Si este asunto agradase y se lograse el fin (alusión a la idea de recobrar las antiguas provincias altoperuanas) se consolidaría la República fácilmente, porque se habría librado de ese padrastro (Buenos Aires), se podría establecer la capital en Tucumán, librando al gobierno del influjo pernicioso de los comerciantes ingleses, la riqueza metálica de La Paz y Potosí equilibraría a la de Buenos Aires, y los diputados de arriba a los de esta última ciudad, que por su mucha población ejerce siempre su influencia sobre los demás. ¿Qué sería de la Liga Litoral si V.E. pudiese contar con los grandes recursos de las provincias de arriba? ¿Habría existido jamás aquella si éstas estuvieran unidas al resto de la Repú-
blica? (8).
Meses más tarde, desde Tucumán y ante el avance de los federales y su
Liga del Litoral, Rudecindo Alvarado, gobernador de Salta y jefe militar de la Liga del
Interior, pidió a Santa Cruz que ofreciera su mediación frente al Ejército Confederado
encabezado por Facundo Quiroga. También advertía al mandatario boliviano sobre el
propósito de algunos salteños de invadir Tarija. Esta noticia preocupaba a Santa Cruz,
ya enfrentado con el presidente del Perú, pues una amenaza en la frontera sur
significaría abrir un nuevo frente. El presidente boliviano envió a Hilarión Fernández
a Salta para sofocar esos proyectos y para estudiar la posibilidad de acceder al pedido de
Alvarado. La misión Fernández también tenía por finalidad conseguir la incorporación
de las fuerzas salteñas al ejército boliviano en su enfrentamiento con Perú. Pero las
disidencias entre ambos Estados andinos se disiparon temporariamente hacia fines de
agosto, y la cláusula de paz firmada entre La Paz y Lima, al imponer la reducción de
efectivos militares, imposibilitó la incorporación eventual de los efectivos salteños
solicitados por Santa Cruz (9).
Desde Salta, Fernández informó a Santa Cruz acerca de la mediación
solicitada por Alvarado a través de una carta del 6 de octubre de 1831, que resulta
singularmente reveladora de la voluntad del gobernador salteño de estrechar vínculos con
Bolivia:
el temor de caer bajo la férula del vandalaje; y como igualmente persuadidos de las mayores ventajas que obtendrían en un Govo. regularizado, y de su incorporación a un País que es el mercado
de todas sus producciones, ha resultado el sentimiento casi general en las Provincias de Salta y Tucumán de agregarse a nuestra República (10).
Otra carta igualmente reveladora de la voluntad del gobierno de la provincia de Salta es la dirigida por éste al presidente Santa Cruz con fecha del 25 de octubre de 1831:
Es necesario descubrir al mundo que los vínculos q. han unido estos pueblos (Salta) a la Repca. Argentina están de dro. disueltos, quizás sea preciso se encargue V. de estos pupilos en obsequio a la humanidad y la civilización, está en la buena inteligencia de los sensatos, está también en la conveniencia de las masas (11).
Queda claro pues que tan frágil era la unión de la Confederación
Argentina en esos tiempos, que los enemigos internos de Rosas estaban dispuestos a
segregar de la misma a las provincias del noroeste (precisamente el "pago" de
muchos de estos opositores) para unirlas a Bolivia. Por cierto, los jefes militares
norteños de la Liga del Interior creada por José María Paz, previendo la derrota a
manos del bando federal, nuevamente ofrecieron al presidente boliviano la incorporación
de la provincia de Salta. El mismo Paz testimonió esta actitud frente al ministro Domingo
Cullen de la provincia de Santa Fe, atribuyéndola al coronel Deheza, a Mariano de Acha y
a Rudecindo Alvarado (12). La unión del Norte con el Litoral era tan artificial que los
caudillos unitarios del Norte no veían lastimada su identidad "nacional" al
repensar un esquema territorial vinculando sus provincias a Bolivia. Asimismo, vale
recordar que Bolivia -como también Chile y la Banda Oriental- fueron los ámbitos de
refugio de los elementos antirrosistas. Así, luego de la derrota de Ciudadela, los
generales unitarios Gregorio Aráoz de La Madrid y Javier López se refugiaron en Tupiza,
Bolivia, desde donde organizaron sus correrías hacia las provincias norteñas.
Por otra parte, las esperanzas de Alvarado respecto de una paz
concertada se desvanecieron rápidamente, pues Quiroga no aceptó la mediación de
Hilarión Fernández, quien a su vez aconsejaba a Santa Cruz prudencia ante la idea de
incorporación de las provincias norteñas a Bolivia que oportunamente le propusiera
Alvarado. Decía Fernández a Santa Cruz:
supuesto sea indudable el caso que estas provincias han de llegar á manifestar pronunciadamente su decision es bueno, que V. E. (Santa Cruz) con anticipación baya meditando sobre este acontecimiento (...), bien que en mi opinion semejante agregacion no produciría otro efecto que la ruina de nuestra Patria, sin proporcionarle la mas pequeña ventaja (13).
Santa Cruz, contra lo que muchos historiadores argentinos suponen, al menos por aquel tiempo compartía las reservas de Hilarión Fernández respecto de la eventual incorporación de las provincias norteñas al Estado boliviano:
Convengo con usted en que no nos haría cuenta la incorporacion que se prepara en la opinión de esas provincias a mas de que tampoco podemos admitirla sin conculcar nuestras leyes y sin sancionar un principio anarquizador en el derecho internacional. Por lo mismo... debe usted alejar con el mayor cuidado esa idea de agregación que no nos seria ni honrosa ni útil (14).
No obstante, los avances victoriosos de la Liga del Litoral llevaron a
muchos hombres de los gobiernos norteños a abrazar la causa segregacionista y la idea de
incorporarse a Bolivia como último recurso, expresada en forma enfática por Zuviría:
"si hubiese tiempo para ello era sin duda la terminación mas feliz a que podríamos
aspirar" (15).
Sin embargo, después de la batalla de Ciudadela, del derrocamiento de
Alvarado y del debilitante tratado del 2 de diciembre de 1831, los planes salteños de
incorporación a Bolivia ya habían perdido toda probabilidad de efectivizarse, en parte
porque (como hemos visto) el propio Santa Cruz no estaba muy interesado en el proyecto.
Por cierto, hay respecto de este tema una polémica historiográfica que vale la pena
registrarse. A diferencia de otros especialistas en las relaciones entre la Confederación
Argentina y Bolivia durante la etapa rosista (como Miguel Angel Vergara y el mayor
Clemente Basile (16), quienes sostienen la idea de que el apoyo del gobierno boliviano a
los emigrados antirrosistas de la Confederación Argentina emergía de los planes
expansionistas de Santa Cruz), Norma L. Pavoni arguye que dicho apoyo no respondía a un
deseo de expansión, y mucho menos luego del triunfo de Quiroga en Ciudadela. Habría
obedecido más bien al temor de Santa Cruz, alimentado por emigrados como los salteños
Rudecindo Alvarado y Facundo de Zuviría, de que Pablo de la Torre o Facundo Quiroga
ocuparan el gobierno de Salta y que este cambio político amenazara la paz e integridad
del territorio boliviano, al alentar en el gobierno de Buenos Aires las aspiraciones de
reconquistar Tarija. Según esta hipótesis, las ambiciones de Santa Cruz se orientaban
principalmente hacia el Perú, y el caudillo boliviano estaba consciente de que la
apertura de otro frente en el sur significaría su seguro fracaso.
Como confirmación de la hipótesis de Pavoni puede citarse un
sugestivo mensaje de Pablo de la Torre a Rudecindo Alvarado, anterior a que estuviera
decidido el resultado de la lucha entre las Ligas del Interior y del Litoral, donde se
planteaba la ambición expansionista ya mencionada de signo opuesto al que suele
atribuirse al gobierno boliviano, esto es, la aspiración de algunos caudillos de la
Confederación Argentina de recuperar los territorios altoperuanos del antiguo virreinato:
no debe dudar que concluida nuestra guerra, como está casi ya, y sobrando recursos, cargariamos con los tres ejercitos que tenemos en campaña é indudablemente recuperariamos no solo Salta y Tarija, sino tambien nuestras antiguas provincias (17).
Sin embargo, como dice Pavoni, "a Alejandro Heredia le convenía
presentar el proyecto de incorporación de Salta a Bolivia como una finalidad permanente e
inmediata de los adversarios al orden recientemente impuesto, y presentar a Santa Cruz
como el principal interesado en su concreción" ( 18).
No obstante, esto no significa que Santa Cruz no fuera un verdadero
enemigo de los "federales" argentinos. Su aliento a los elementos antirrosistas
en las provincias norteñas no se limitó a socorrer personalmente a los emigrados, sino
que apoyó las expediciones armadas que organizadas por éstos en territorio boliviano se
dirigían a la frontera y hostilizaban a los gobiernos federales del Norte de la
Confederación Argentina, buscando desestabilizar al régimen rosista. Esta situación
originaba enérgicas protestas de los gobernadores y caudillos federales norteños (19),
que eran respondidas en forma evasiva por el régimen boliviano. Ante el paulatino
agravamiento de la situación, Rosas decidió tomar cartas en el asunto y el 22 de mayo de
1832 designó a Pedro Feliciano Sáenz de Cavia como encargado de negocios ante el
gobierno de Bolivia, con la expresa misión de pedir el alejamiento de la frontera de los
emigrados.
Además, el gobierno de Buenos Aires presentó al de Bolivia abundantes
quejas. Así, el 8 de junio de 1832, Manuel Vicente Maza envió en nombre de Rosas una
enérgica carta al ministro secretario en el Departamento de Relaciones Exteriores de
Bolivia, que decía:
Establecida la tranquilidad en todos los Pueblos de esta República por la victoria de la Ciudadela que obtuvo la causa del orden contra un bando de militares sublevados, que se habian atrevido á establecer con la espada el humillante sistema de la fuerza, los cabezas y secuaces que lograron concentrarse en Tucuman y Salta, huyeron a buscar asilo en esa República (Bolivia); (...) el infrascripto tiene orden de su Gobno para reclamar al de la Repca de Bolivia por el organo de S.E. se ordene á los Emigrados del Estado Argentino, existentes ó que pretendiesen existir en Tupiza, Mojos ó cualquier otro pueblo cercano á la frontera qe divide ambas Repcas se retiren al interior de esa donde no les sea dado turbar la tranquilidad de su Patria, ni comprometer la armonia de dos naciones llamadas á ser fieles y leales amigas (20).
A su vez, el 18 de octubre de 1832 el enviado Cavia llegó a Santiago
del Estero (una escala en su largo viaje hacia el altiplano), y al día siguiente,
sugestionado por las opiniones de Alejandro Heredia, escribió al ministro de relaciones
exteriores porteño informándole que por dos oficios del gobernador tucumano al
santiagueño Felipe Ibarra había noticias de "que los disidentes de Salta estaban
combinados con el objeto de remover la administración para agregarla á la República
boliviana", lo que probaba en la opinión de Cavia que los emigrados de la
Confederación disponían de los elementos suficientes para alterar la tranquilidad de la
zona norteña, y que el gobierno boliviano "no puede ó no quiere
contenerlos..." (21).
Los acontecimientos producidos en Salta en octubre de 1832 (que veremos
seguidamente) alarmaron a Cavia, quien en ese momento estaba en Tucumán y cuyo ánimo en
contra de Santa Cruz fue convenientemente trabajado por Heredia. En la comunicación con
el ministro de relaciones exteriores boliviano del 24 de diciembre de 1832, Cavia
responsabilizó abiertamente al régimen de Santa Cruz de los movimientos revolucionarios
proyectados por los emigrados sobre Salta. Asimismo, anticipándose a los hechos, el
encargado de negocios comunicó al gobierno de Buenos Aires el 4 de enero de 1833 sus
sospechas de que Bolivia rehusaría reconocerlo como envíado diplomático, y prepararía
una expedición contra la Confederación Argentina (22).
A su vez, ante las agresiones de Cavia, Santa Cruz decidió que no era
un momento oportuno para negociar con Buenos Aires, "porque no estando en bastante
calma y perfecta inteligencia los gobiernos de las provincias argentinas, el gobierno de
Bolivia no puede contar con reciprocidad ni garantías seguras, en cualesquiera
estipulaciones que llegase a celebrar" (23). Por otra parte, el inamistoso lenguaje
utilizado por Cavia al solicitar al ministro de relaciones exteriores boliviano Mariano
Enrique Calvo garantías para marchar a La Paz permitió a éste declarar a Cavia persona
no grata y negarle la entrada a su territorio, el 3 de febrero de 1833. Incluso el
gobierno boliviano, respaldado en la torpe actitud de Cavia, llegó a considerar como
oportuno el cese de las negociaciones con el gobierno de la Confederación Argentina (24).
No obstante, las relaciones entre el gobierno porteño y el boliviano
no llegaron a la ruptura. Ante las manifestaciones del gobierno boliviano de estar
dispuesto a conservar los vínculos con el de Buenos Aires, el 30 de mayo de 1833 éste se
dirigió a aquél solicitándole se renovara el tráfico comercial y se restablecieran los
correos hacia La Paz. Con igual fecha, el ministro de relaciones exteriores porteño
Manuel Vicente Maza se dirigió a los demás gobiernos de la Confederación expresándoles
a través de circulares que creía conveniente y político no pedir explicaciones al
gobierno boliviano respecto del rechazo de la legación conducida por Cavia, debido a las
"consecuencias á que pudiera conducir á uno y otro país la promoción de
cuestiones peligrosas". Maza agregaba que sería conveniente vigilar los pasos de los
emigrados sin inspirar desconfianza en el gobierno vecino, con el objetivo de evitar los
perjuicios que ocasionaba a los pueblos limítrofes la paralización del tráfico
comercial y la correspondencia (25). A pesar del fracaso de la misión Cavia a Bolivia, el
gobierno boliviano intentó albergar a los emigrados provenientes de la Confederación
Argentina en lugares que no inspirasen recelo a las autoridades porteñas. Esta actitud
fue contestada por el gobierno salteño de manera recíproca, protegiendo a los refugiados
provenientes de Bolivia (26).
Mientras Cavia llevaba a cabo sus frustrantes intentos de negociación
con Santa Cruz, los emigrados antirrosistas residentes en Bolivia continuaron
interfiriendo en la política de las provincias del noroeste de la Confederación
Argentina con el respaldo material del gobierno boliviano. Así, luego de la derrota de
las fuerzas unitarias de la Liga del Interior, los emigrados residentes en Bolivia,
coronel Manuel Cruz Puch y Napoleón Güemes, decidieron internarse en territorio jujeño
con el objetivo de reunir fuerzas para derribar al gobernador federal de Salta, brigadier
Pablo de la Torre. En octubre de 1832 este reducido grupo invadió Salta desde Bolivia,
pero el operativo fue sofocado y ambos cabecillas apresados. Esta invasión respondía a
un plan combinado con los adversarios de Pablo de la Torre en la provincia. Decididos a
acabar con el gobierno, lograron que la tropa encargada de custodiar a Puch y Güemes se
rebelase, liberase a ambos cabecillas y se apoderase de la ciudad a fines del mismo mes.
Finalmente, los rebeldes designaron gobernador a José María Saravia, quien dado el
sospechoso origen de su designación, decidió comunicar los sucesos a los gobiernos de
Tucumán y Santiago del Estero, que monitoreaban con celoso cuidado cualquier cambio
político en Salta. Como había ocurrido con su antecesor La Torre, Saravia no logró
tranquilizar el ánimo de Heredia, quien veía en la confusa situación salteña la
posible reedición de la revolución decembrista de 1828, que había derrocado y fusilado
a Manuel Dorrego en Buenos Aires. Según el gobernador tucumano, y más allá de sus
aptitudes personales, Saravia había sido elegido por un grupo de insurrectos que "no
representan la soberanía del pueblo y que, para peor de males, pone en peligro la causa
nacional en razón de las vinculaciones que unen a los cabecillas de la fuerza
revolucionaria con los principales proscriptos en Bolivia (...)" (27). Heredia, como
Rosas, encontraba en el régimen boliviano el chivo expiatorio para acusar a sus rivales
internos.
Sin embargo, para tranquilidad del gobernador tucumano, en noviembre de
1832 los conspiradores fueron capturados y La Torre (que tampoco era santo de su
devoción) repuesto en su cargo. No obstante el fracaso de este intento, en octubre de
1833 los emigrados unitarios nuevamente procuraron explotar a su favor el deseo
separatista del pueblo jujeño, a través de la expedición del poderoso caudillo, ex
marqués y teniente coronel boliviano Fernando Campero -quien como sabemos poseía grandes
latifundios en la frontera entre Bolivia y el norte de la Confederación Argentina-. Si
bien esta expedición de Campero contó con el guiño cómplice del gobierno boliviano,
finalmente no trajo mayores consecuencias.
Carta del Gobierno Superior de Tarija al Sr. Ministro de Estado en el Departamento de Govierno de la Capital de Buenos Ayres, 25 de octubre de 1826, Archivo General de la Nación, Bolivia, Correspondencia años 1825-1850, 10-1-9-6.
N. L. Pavoni, op. cit., p. 43, y Enrique M. Barba, Quiroga y Rosas, Buenos Aires, Pleamar, 1974, pp. 162-163.
Archivo General de la Nación, 5. 20. 1. 6. Archivo de Carranza, Caja 20, citado en Enrique M. Barba, "Las relaciones exteriores con los países americanos", en Academia Nacional de la Historia, Ricardo Levene (comp.), Historia de la Nación Argentina (desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862), vol. VII, 2ª secc., Buenos Aires, El Ateneo, 1951, p. 214.
Facundo de Zuviría a Rudecindo Alvarado, Salta, 23 de mayo de 1831, en E. Barba, Quiroga y Rosas, op. cit., pp. 164-165.
Rudecindo Alvarado a Andrés Santa Cruz, Tucumán, 31 de julio de 1831, en ibid., p. 170.
Gregorio Aráoz de La Madrid al gobernador de Catamarca, Cuartel General en el Ojo del Agua, 29 de mayo de 1831, en Juan B. Terán, Tucumán y el Norte argentino (1820-1840), Buenos Aires, 1910, pp. 186-188, citado en N. L. Pavoni, op. cit., pp. 43-44.
Evaristo de Uriburu a Rudecindo Alvarado, Salta, 19 de junio de 1831, en E. Barba, Quiroga y Rosas, op. cit., p. 166, citado en N. L. Pavoni, op. cit., p. 44.
Ildefonso de Paredes a Rudecindo Alvarado, Salta, junio de 1831, en E. Barba, Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, Buenos Aires, 1958, p. 135, cit. en N. L. Pavoni, op. cit., p. 44.
Ibid., pp. 45-46.
Hilarión Fernández a Andrés Santa Cruz, Salta, 6 de octubre de 1831, en E. Barba, Quiroga y Rosas, op. cit., p. 182.
Carta de Rudecindo Alvarado a Andrés Santa Cruz, 25 de octubre de 1831, citada en E. M. Barba, "Formación de la tiranía", Academia Nacional de la Historia, R. Levene (comp.), op. cit., vol. VII, 2ª secc., p. 122.
Domingo Cullen a Juan Manuel de Rosas, Santa Fe, 11 de junio de 1831, E. Barba, Correspondencia..., op. cit., pp. 134-137.
Hilarión Fernández a Andrés Santa Cruz, Salta, 6 de octubre de 1831, en N. L. Pavoni, op. cit., p. 47.
Andrés Santa Cruz a Hilarión Fernández, La Paz, 18 de octubre de 1831, en ibid.
Facundo Zuviría a Saturnino Tejada, Moxos, 1º de diciembre de 1831, Atilio Cornejo, "La supuesta anexión del Norte argentino a Bolivia", Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Año XXXVIII, Nº XXXII, Buenos Aires, 1961, p.357, en ibid., p. 50.
Miguel Angel Vergara, op. cit.; Mayor Clemente Basile, Una guerra poco conocida, Buenos Aires, Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, Volumen 293, abril de 1943.
Pablo de la Torre a Estanislao López, 14 de octubre de 1831, Gabriel Antonio Puentes, op. cit., p. 134, en N. L. Pavoni, op. cit., p. 51.
Ibid., p. 51.
Por ejemplo, en una carta dirigida por el ministro de relaciones exteriores de Bolivia Casimiro Olañeta al gobernador de Salta, el 11 de mayo de 1832, se hace referencia a otra carta del 24 de marzo del mismo año, en la que este último solicitaba:
que los ciudadanos argentinos y refugiados en Bolivia Dn. Manuel Puch, Dn. Mariano Acha y Dn. Juan Balmaceda sean retirados de la fronta. pa. evitar las tentativas que hacen contra el orden y tranquilidad de aquella provincia (...)
Carta del Ministerio de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores del Palacio de Gobierno en Cochabamba, firmada por el ministro de relaciones exteriores de Bolivia Casimiro Olañeta y dirigida al Ecsmo Sr. Gobernador y Capitán General de la Provincia de Salta, 11 de mayo de 1832, Archivo General de la Nación, Bolivia, Correspondencia años 1825-1850, 10. 1. 9. 6.
Carta de Manuel V. Maza al Ministro Secretario en el Departamento de Relaciones Exteriores de la República de Bolivia, Buenos Aires, 8 de junio de 1832, Archivo General de la Nación, Bolivia, Correspondencia años 1825-1850, 10. 1. 9. 6.
Pedro Feliciano Cavia al ministro de relaciones
exteriores argentino, Santiago del Estero, 19 de octubre de 1832; y Alejandro Heredia al
gobernador de Santiago del Estero, Tucumán, 14 de octubre de 1832, Francisco Centeno,
"Guerra entre Rosas y Santa Cruz", Revista de Derecho, Historia y Letras,
Año XI, tomo XXXIV, Buenos Aires, 1909, pp. 64-65, en N.L. Pavoni, op.
cit., p. 42.
E. Barba, Quiroga y Rosas, op. cit., pp. 36-38.
Oficio del ministro de relaciones exteriores de Bolivia, Mariano Enrique Calvo, a Pedro Feliciano Cavia de 3 de febrero de 1833, E. Barba, Quiroga y Rosas, op. cit., pp. 40-41, en N. L. Pavoni, op. cit., p. 52.
Esta decisión boliviana está expresada en una carta del ministro de relaciones exteriores Mariano Enrique Calvo a su colega de la República Argentina, fechada en el Palacio de Gobierno en Chuquisaca el 15 de agosto de 1833. La misma dice textualmente:
El infrascripto Ministro de Relaciones Exteriores de la Republica Boliviana tiene el honor de dirijirse al Sr. Ministro de Estado en el mismo Departamento de la Republica Argentina, afin de satisfacer á su muy apreciable nota de 30 de Mayo ultimo, á cuya vista S.E. el Jefe de esta Republica ha dado orden al qe suscribe pa. manifestar nuevamente el profundo sentimiento con qe el Gobno de Bolivia se vió precisado á no admitir al Sr. Cavia pr razones irresistibles qe consideradas con imparcialidad no pueden menos qe justificar la conducta de este Gobno qe pr otra parte siempre ha estado desidido á cultivar todo jenero de relaciones entre dos pueblos hermanos ligados con tantos y tan apreciables vinculos (...).
Archivo General de la Nación, Bolivia, Correspondencia años 1825-1850, 10. 1. 9. 6.
25. E. Barba, Quiroga y Rosas, op. cit., pp. 42-43, y Circular de Manuel V. de Maza a los gobernadores de provincias, Universidad Nacional de Buenos Aires, Instituto de Investigaciones Históricas, Documentos para la Historia Argentina. Relaciones Interprovinciales. La Liga Litoral (1829-1833), Buenos Aires, 1922, tomo XV, pp. 232-234, en N. L. Pavoni, op. cit., p. 53.
26. Pablo de la Torre a Alejandro Heredia, Salta, 4 de mayo de 1833, Archivo y Biblioteca Históricos de Salta, Legislatura provincial. Actas de sesiones fs. 187 v.-192 v., en ibid., p. 55.
27. Alejandro Heredia al gobernador provisorio de Salta, Tucumán, 7 de noviembre de 1832, Archivo Histórico de Tucumán, Sección Administrativa, Año 1833, v. 41, fs. 34 v. 36 r. , en ibid., p. 52.
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