Durante la revolución de septiembre de
1852 en Buenos Aires -uno de los desafíos iniciales contra la autoridad de Urquiza-, las
autoridades imperiales observaron una actitud que puede calificarse como de
"neutralidad activa". Negaron categóricamente la ayuda solicitada por su
aliado, el vencedor de Caseros, pues para el Imperio la división del territorio argentino
en dos Estados rivales resultaba acorde con su política hegemónica en el Río de la
Plata, acentuada tras la caída de Rosas. Obsesionada con la idea de una eventual
reconstrucción del ex virreinato por la consolidación del poder de Urquiza o de las
autoridades porteñas, la diplomacia brasileña procuró explotar a su favor la guerra
entre Buenos Aires y la Confederación, estudiando los sucesos y los hombres para
inclinarse donde estuviesen las ventajas (1). En el caso del gobierno de Paraná, las
autoridades imperiales procuraron aprovechar el talón de Aquiles de la Confederación -su
angustia financiera- ofreciendo patacones a cambio de ventajas específicas. Esta
estrategia de la diplomacia imperial ha sido denominada por la mayoría de los autores la
"diplomacia del patacón".
Empeñado en no ceder los privilegios obtenidos con los tratados
precedentes a Caseros, y con la caída de su principal obstáculo -Rosas-, el Imperio no
consintió ninguna situación en el Río de la Plata que pudiese amenazar las ventajas
conseguidas. En este contexto, a principios de 1855, la escuadra brasileña, comandada por
el almirante Pedro Ferreira de Oliveira remontó el Paraná, decidida a demostrar la
fuerza frente a las autoridades paraguayas. El Imperio no requirió un permiso previo para
penetrar con una flota de guerra en dicho río, jurisdicción de Buenos Aires, por lo cual
generó una cuestión con el gobierno porteño. Su ministro de gobierno Valentín Alsina
mandó el 28 de junio de 1855 una nota de protesta a la legación brasileña. El ministro
Amaral contestó con ambigüedad: "Brasil tiene derecho a navegar los ríos en cuyos
afluentes posee puertos". Alsina le retrucó que sin autorización Brasil no
podía, y el ministro brasileño, despojándose esta vez de sutilezas diplomáticas,
le contestó que los hechos demostraban que sí podía (2). Finalmente, el
entredicho fue solucionado diplomáticamene con las explicaciones aportadas por el
ministro Amaral. No obstante, el episodio fue debatido durante todo ese año por sus
implicaciones: la hegemonía brasileña en el ámbito del Río de la Plata y el escaso
interés del Imperio en el eco que sus acciones podían tener en los Estados rioplatenses.
A su vez, Juan María Gutiérrez, ministro de relaciones exteriores de
la Confederación, se creyó a mediados de 1854 en el deber de inquirir la causa de la
invasión brasileña a la República Oriental. Después de todo, la Confederación era
garante de la independencia oriental por el tratado de 1828. Como no había ministro
brasileño en Paraná, y como claro síntoma de displicencia de la diplomacia imperial, la
respuesta demoró un año en llegar. El 2 de julio de 1855, el nuevo ministro brasileño
en la Confederación Amaral hizo una vaga referencia al cruce del río Paraná por parte
de las naves imperiales, afirmando que Brasil había ordenado el cruce de Oliveira en
enero de dicho año debido a que "desde mucho tiempo atrás estableció como base de
su derecho público la libre navegación de un río común por los ribereños", y
aclarando que era suya la parte superior del Paraná y Paraguay. También afirmó Amaral
que Brasil respetaba "la soberanía e independencia de los Estados vecinos" (3).
El término "neutralidad activa" es utilizado por Cárcano. Ver al respecto Ramón J. Cárcano, "La política internacional en el Plata durante el gobierno de la Confederación. Tratados y alianzas (1855-1859)", en Academia Nacional de la Historia, Ricardo Levene (comp.), Historia de la Nación Argentina (desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862), vol. VIII, Buenos Aires, El Ateneo, 1962, cap. XI, p. 399.
J.M. Rosa, op. cit., p. 191.
Ibid.
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